La vulnerabilidad de la infancia ante el abuso sexual

Con objeto de introducir un tema tan delicado como el abuso sexual infantil me gustaría partir de una estadística. 

Los distintos estudios llevados a cabo sobre esta materia arrojan datos similares: 

  • Entre un 10 y un 20% de la población en España ha sufrido algún tipo de abuso sexual durante su infancia.
  • Se estima que 1 de cada 5 niños en Europa es víctima de alguna forma de violencia sexual.
  • Entre el 70% y el 85% de los casos, la víctima conoce al agresor o a la agresora.

Partiendo de estos demoledores datos, como terapeuta y persona integrante de esta sociedad, me pregunto ¿cómo es posible? 

Para contextualizar y conocer de lo que estamos hablando, vamos a iniciar partiendo de lo que entendemos por abuso sexual infantil.

El abuso sexual es una manipulación de niños, niñas y adolescentes, sus sentimientos, debilidades o necesidades, basada en una desigualdad de poder. Tiene como objeto una parte íntima y altamente sensible de las personas, su sexualidad, en un momento en el que está en desarrollo y en el que aún no se tienen las capacidades necesarias para entender las implicaciones de lo que está pasando.

Desgranando esta definición podemos ver algunas de las claves en las que las personas que perpetran el abuso se sustentan para lograr mantener esta situación.

La vulnerabilidad de la infancia, es un elemento clave. A nivel evolutivo estos niños y niñas se ven envueltos en situaciones o actividades sexuales que no están en condiciones de comprender, ya que son impropias para su edad y su desarrollo psicosexual. Además, en los primeros años de vida es cuando los individuos comenzamos a formar la creencia de un mundo con sentido en relación a los otros, la confianza básica se forma en relación a una buena vinculación, generando un apego seguro. De ahí la vulnerabilidad de esta etapa infantil, ya que el daño acompañará a esta persona en sus futuras relaciones y en su forma de estar en el mundo.

Por otro lado, atendiendo a la definición, lo que hace que un niño o una niña no se resista o no grite, o que incluso colabore, es la desigualdad de poder existente entre ese niño o esa niña y la persona perpetradora. A veces se añade el agravante de que puede ser una persona de la que el niño depende, ya sea emocionalmente (por ejemplo un familiar), o para lograr algo que necesita o quiere (atención, aprobación…).

La sorpresa, el engaño, el abuso de confianza, el chantaje o la amenaza, suelen ser estrategias para que el niño o niña no pueda controlar esa situación y en toda esa relación se imponga el silencio.

Este silencio, que certifica el abuso de poder que mencionábamos anteriormente puede darse de formas muy distintas.

La persona que abusa construye la ilusión de que lo que está pasando es algo especial, un juego secreto. Suele ir poco a poco, y esta progresión incapacita al niño o niña que no pudo hablar en un primer momento, al no saber reconocer lo que estaba pasando. Y se calla más tarde por la culpa (entendida como un intento de extraer una lección útil del desastre y recuperar cierto sentido de poder y de control, pues imaginar que uno podría haberlo hecho mejor puede ser más tolerable que enfrentarse a la realidad de estar absolutamente indefenso), y la vergüenza (respuesta a la indefensión, a la violación de la integridad física e indignidad sufrida a ojos de otra persona) de no haber sabido reaccionar. El miedo a lo que pueda pasar si lo cuentan, es algo que les incapacita para hablar.

Me gustaría terminar con una reflexión de Judith Herman, en su libro Trauma y recuperación:

“Los acontecimientos traumáticos ponen en duda las relaciones humanas básicas. Rompen los vínculos de familia, amistad, amor y comunidad, destrozan la construcción del ser que se forma y apoya en la relación con los demás, debilitan los sistemas de creencias que dan significado a la experiencia humana, condenando al individuo a un estado de crisis existencial.

Por tanto los acontecimientos traumáticos tienen efectos, no solo sobre las estructuras psicológicas del yo, sino también sobre los sistemas de vinculación y significado que unen al individuo con la comunidad”.

De ahí la importancia visibilizar, prevenir, educar… con un objetivo final, acabar con esta lacra, y ofrecer a los niños y niñas la vida que se merecen, en un marco de seguridad, afecto y protección.

Ángel Cañizares, Psicólogo

Programa de atención a niños y niñas
y adolescentes víctimas de abuso sexual
de Fundación Meniños

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